No sé si era la hora de la madrugada, el cambio repentino de ritmo, o que estaba triste por dejar Phoenix, pero parecía estar tomando un avión por primera vez. De repente, pase del asiento de pasajero a ser la que encabeza la misión de transportación. No me había preocupado en saber nombres de avenidas, rutas, ni direcciones, por diez días seguidos. Me había tenido despreocupada si íbamos al norte o al sur, si tenía que tomar a la izquierda o la derecha. Los Baker nos habían traído a su ciudad y habían disminuido nuestro estrés de estar en un país diferente a la facilidad de decir «si» o «no» a las diferentes opciones de entretenimiento que habían planeado (¿Quién hace eso? <3). Pero ahora, el boleto de avión en mis manos se convirtió en algo tan extraño e indecifrable. Lo leí dos veces buscando la palabra Sacramento como destino o alguna hora o número de puerta sin éxito. «¿Molina?» me dijo el guardia comparando la foto de mi pasaporte con mi cara de madrugada. Estaba sola. Corriendo por el counter hasta llegar a la sala de espera me di cuenta que no me había despedido de Lloyd como había querido. Frente al gran ventanal del aeropuerto de Phoenix lloré como nunca lo había hecho en ningún otro aeropuerto hasta ahora.
«Solo quiero dormir» le dije a Dios mientras avanzaba lentamente en la cola hacia el avión. Habíamos hecho escala en San Diego (estas al suroeste, mucho más al sur de Sacramento. Solo cambias de avión, no tienes nada que hacer aquí, Erika. Me decía a mi misma) y cambiábamos aviones sin mayor novedad. No me había dado cuenta que mis asientos eran «libres». Es decir, una vez que se llenara el avión con los boletos de asientos numerados me dejarían entrar y ocuparía uno de los desocupados. Fui la última en entrar al avión, porque no estaba de genio para abrirme paso entre la gente. Solo asientos de en medio estaban disponibles en las filas de 3 asientos. Había una fila de gente parada delante de mi a lo largo de todo el pasillo del avión, yo estaba junto a la puerta.
-«Si usted esta parado en el pasillo, es probable que tenga un asiento libre», dijo la azafata a cargo por el altavoz, «lo más seguro es que el asiento de en medio más cercano a usted sea el suyo». Se escuchó una risa débil general en el avión. A lo que el señor sentado al pasillo de la primera fila junto a mi me dijo, «Creo que este es tu asiento, entonces». Y se movió haciéndome espacio para que ocupara el asiento en medio de él y una mujer a la ventana. Le agradecí y me ubiqué sin saber donde poner mi mochila porque no había un asiento frente a mi. La azafata muy amablemente se encargó.
El hombre junto a mi parecía muy amigable, y la señora a mi lado derecho parecía tranquila y una buena acompañante. Pero, «que pena» me dije, «yo voy a dormir. Dos horas de sueño. Llego a Sacramento y me contacto con Michelle (una desconocida que había contratado para darme el último «aventón» a Redding). ¿Si tengo su número? ¿Qué tiempo es desde Sacramento a Redding? ¿3 horas? Ok. Voy a dormir. ¿Si cargué mi celu?… Michelle debe estar en Sacramento para cuando aterrices…» pensaba mientras colocaba mi almohada de viaje en el cuello. Me había separado de mis padres en Phoenix y volaba hacia Sacramento para visitar a mis mejores amigas, Belén, Dani y Vivi en Redding, California. La Conferencia de Profecía en la iglesia Bethel había sido la excusa perfecta para unir los viajes y visitarlas. Mirando la ventana sobre la señora a mi lado por última vez antes de cerrar los ojos, Dios me dijo,
-«Pregúntale, cómo así va a Sacramento».
Yo no lo podía creer. ¡¿Qué?!, grité dentro de mi. ¿Acaso Dios estaba ciego, sordo? Energéticamente le respondí (en mi mente):
-«No, no, no, Dios. ¡En este momento, no! Tengo sueño, quiero dormir, estoy triste, no. Lo siento. Si quieres hablarle a esta mujer no va a ser a través de mi hoy día. Vas a tener que buscar a alguien más. Quiero dormir». Usualmente Dios me pedía que haga conversa a alguien porque quería usarme para decirle algo. Pero hoy no me sentía en el humor de hacerlo.
Así que me acomodé la almohada en el cuello y cerré los ojos, ignorando que ambos acompañantes parecían muy amigables. Puedo decir que intenté dormirme con todas mis fuerzas y lo logré (a medias). A la hora, desperté sin razón alguna y lo escuché pedírmelo otra vez,
«Pregúntale qué le trae a Sacramento».
«Diooooooos, no quiero. Quiero dormir. No estoy con ánimo de interesarme en una persona, ni pensar que le quieres decir, ni de hacerme amiga de una desconocida. Lo siento, no tengo nada que darle, ¿no me ves?». dije muy molesta y esperaba que Él sobre todos los demás viera como estaba de triste mi corazón.
Mientras tanto, me había dado cuenta que el hombre a mi izquierda había cruzado uno que otro comentario de forma muy familiar con alguien al otro lado del pasillo. Después de despertarme, él mismo había llamado la atención de la mujer en la ventana y habían comentado algo que no entendí. Los dos rieron. ¿Se conocían? Más tarde, alguien en los asientos de atrás hizo conversa a la mujer en la ventana a mi izquierda. ¿Viajaban en grupo, pero se habían sentado separados? Cerré los ojos intentando dormir otra vez, sientiéndome muy justificada por cómo me sentía. Cuando entre sueños lijeros, la voz de la azafata nos comunicaba que estabamos próximos a aterrizar, una voz muy, muy dentro de mi se sorprendió al darme cuenta que no obedecí a Dios y que de verdad me había negado a hablarle a la persona a mi lado. Me reincorporé en el asiento con una parte de mi sintiéndose orgullosa por haber «ganado» una disputa con Dios y la otra sintiéndose no muy bien al respecto. ¿Acaso no era Él bueno siempre conmigo?
Había unas montañas hermosas bajo nuestra ventana y la mujer hizo un comentario. No sabía bien si fue para mi o para el hombre en el pasillo, pero Dios me volvió a decir, «pregúntale». Y me rendí. «Si, hermosas…» le dije y rompí el hielo con una sonrisa. «¿Qué te trae a Sacramento?», le pregunté al fin cuando pensé que me bajaría de aquel avión sin hacerlo.
-«De hecho, estamos de paso. Vamos a Bethel a una conferencia de profecía…» respondío para mi gran, gran sorpresa. En cambio para gran sorpresa de mi acompañante, empecé a reír como si me hubiera contado un chiste. Realmente, Dios se había encargado de hacerme una jugada.
-«¡Yo también!», le respondí entre risa incrédula. «Disculpa, soy Erika… me río porque Dios me ha estado diciendo todo el vuelo que te haga conversa. Pero tenía sueño y me estaba resistiendo. Soy una tonta», le expliqué.
Mi acompañante se unió a mi risa entendiéndola por fin. «Soy Beth, estoy con un grupo. Él es nuestro pastor…» dijo señalando al hombre a mi izquierda. Todo tuvo sentido. Conversamos un poco más mientras el avión se «parqueaba».
-«¿Cómo planean llegar a Redding desde aquí?», le pregunté de curiosidad, lamentando que había desperdiciando conocer a alguien que tenía cosas en común conmigo.
-«Alquilamos carros, ¿y tú?», preguntó Beth.
-«Tengo un aventón con alguien que estudia en Redding. Quedamos en que me recogería aquí. Debería estar ya llegando», le dije mientras tomaba mi mochila.
-«Espero verte allá.»
-«Si, claro». Le dije y fui la primera en salir del avión.
Todavía me estaba riendo de la coincidencia y lo necia que había sido, cuando entré otra vez en modo viajera estresada. (Prender el teléfono. Contactar a Michelle para el aventón. ¿Qué hora era en Sacramento? ¿Cuál era la diferencia horaria con Phoenix? ¿Dónde está la entrada de las maletas? ¿Estará ya aquí?)
Mensaje de Michelle: «Hola. Lo siento. Estoy a tres horas de Sacramento. Se me ponchó una llanta y me desvié. Tengo que encontrar un lugar donde cambiar mi llanta y volver a la carretera. Te aviso cuando esté cerca.»
Lo había enviado hace menos de 10 minutos. La tristeza y el sueño ya se habían ido, de repente estaba bien despierta y perdida. Tres horas tarde y otras tres horas de viaje. No podía quedarme allí. No era seguro quedarme allí. ¿Pero qué iba a hacer? No me había preocupado por investigar sobre Sacramento porque no había planificado hacer nada allí. Me sentí desesperada y recordé a Beth y a su grupo. ¡POR ESO QUERÍAS QUE LA CONOCIERA! le dije a Dios en sorpresa máxima.
Llegué al area de las maletas totalmente con otra actitud. Dios no me había pedido que le hable a Beth para sus fines, sino para mi cuidado. Que tonta fui. No me lo podía creer. ¿Que iba a pasar ahora? ¿Los perdería? Pensaba que merecía ser castigada por ser así de altiva en el vuelo con Dios. De todas formas, esperé a Beth en la línea de las maletas, esperando que tengan alguna que recoger. Esperaba recordar como se veía.
Hubiera sido imposible no verlos. Era un grupo grande que bajo las gradas eléctricas y rodearon todo un carril de maletas. Enseguida reconocí a Beth entre muchas otras mujeres, todas felices como si fueran colegialas en un viaje estudiantil. Me acerqué a Beth y le conté mi situación. Todas sus amigas me escuchaban y se lamentaron por mi.
-«¿Crees que tienen un espacio en los carros para mi? Puedo pagar mi parte», les dije.
-«Oh claro. Creo que si tengo un espacio libre. Separé un carro grande, de seguro entramos», dijo Beth con un coro de mujeres que repetía con afirmación.
Beth me presentó a sus amigas, Lisa, Petra y Cynthia. Todas mayores de cuarenta, joviales y amables. Eran el grupo de mujeres más vivas que había conocido. Tal vez, era el entusiasmo del viaje o que ibamos a un lugar que realmente añorabamos, pero su energía era contagiosa. Al instante, me adoptaron en su grupo. Todas eran amigas de años y me hicieron sentir que yo era una más. De repente, empezaron a caminar siguiendo a alguien al frente.
-«¿A dónde vamos? ¿En qué compañia reservaron los carros?», pregunté a Lisa que caminaba junto a mi. Mi yo viajera estresada no podía darse el lujo de perderse ahora.
Su mirada se quedó en blanco, «No lo sé… pero no te preocupes, solo síguenos, ellos saben lo que hacen», dijo apuntando al pastor que caminaba al frente dirigiendo al grupo.
Mi yo de viajera estresada no lo podía creer. Había pasado del asiento de piloto a turista perdida y luego a pasajera cómoda demasiado rápido. El viaje fue más que placentero. Beth, Lisa, Petra y Cynthia, eran como una gallada de amigas entrañables. El viaje estaba cargado con entusiasmo. La conversación fue profunda, divertida y relajada. Pero sobre todo vi de cerca a mujeres libres, amistades valientes, en como se amaban, en como interactuaban, y en lo que se decían. Nunca vi una conversación en donde las personalidades diferenes se intercalaban tan bien. Alguien estaba contando algo muy personal y otra se acordaba de un chiste, mientras la tercera interrumpía con un dato curioso del trayecto. Pero no lo hacían ofendiéndose, ni molestándose. Había algo especial en ellas. Lo que sabía muy bien cuando llegué a Redding era que Dios me había rescatado de un aventón fallido, el viaje me había salido gratis, me habían invitado el almuerzo, y me había topado con el mejor grupo de mujeres para viajar. Poco sabía lo que realmente me había encontrado.
Las chicas y yo pasamos toda la conferencia juntas. Ministraron mi vida como ninguna tiene idea aún. Pero eso ya es otra historia.
